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Si algo hemos aprendido durante esta pandemia es la capacidad que tiene un agente infeccioso para reproducirse rápidamente, si no tenemos cuidado éste termina por infectar a cada vecino, familiar o amigo. Así mismo parece querer reproducirse nuevamente el virus de la violencia en Colombia, pues aunque no hemos podido acabarlo definitivamente, en un momento en que parecía que lo estábamos logrando vuelve y aparece el fantasma de este mal que tanto daño le ha hecho al país.
Mientras cada día vemos el reporte de contagiados, recuperados y muertos por COVID-19 éstas parecen ya solo simples cifras, se convierten en números sin sentido y olvidamos por completo que detrás de cada uno de ellos se encuentra una familia, un ser humano, una vida menos; y tal vez es eso lo que hemos sido incapaces de aprender: el valor de la vida.
Mientras cada día vemos el reporte de contagiados, recuperados y muertos por COVID-19 éstas parecen ya solo simples cifras, se convierten en números sin sentido y olvidamos por completo que detrás de cada uno de ellos se encuentra una familia, un ser humano, una vida menos; y tal vez es eso lo que hemos sido incapaces de aprender: el valor de la vida.
Tan solo en una semana vivimos el recrudecimiento de la violencia en Colombia por cuenta de cuatro masacres que nos devuelven a ese lúgubre país que los jóvenes soñamos transformar, ni Cristián ni Maicol en Nariño, ni los cinco menores en Llano Verde, ni los ocho jóvenes en Samaniego, ni los jóvenes indígenas del Pueblo Awá merecían ver truncados sus sueños.
Porque mientras a algunos nos dicen ‘Quédate en casa’ muchos sufren la desgracia de ver doblemente expuesta su vida sin respuesta alguna del estado. En regiones donde la paz pende de un hilo, el narcotráfico, la delincuencia, y las luchas de poder entre grupos ilegales están incubando un viejo virus, que no solo amenaza con sus vidas sino que deja consigo un profundo dolor, odio y resentimiento que le alimentan a diario, haciendo casi imposible acabarlo por completo.
En un país donde nos acostumbramos a las cifras antes que a la vida, donde la indiferencia reluce hasta que el dolor roza nuestros privilegios, donde la estigmatización puede sobrepasar la empatía debe incomodarnos que acaben con nuestro futuro así como nos incomoda la ‘nueva normalidad’ en medio de la pandemia, al fin y al cabo la violencia como el virus es contagiosa, se expande rápidamente y si no se restringe termina alcanzandonos a todos.
A pesar del panorama la esperanza sigue intacta dentro de los jóvenes, quienes seguimos luchando para que no destruyan nuestro futuro, que le exigimos al gobierno nacional una respuesta y que seguimos viendo en la paz el camino para construir un país justo, la violencia a veces parece ocultarse pero está junto a nosotros, en nuestra casa, en nuestro trabajo, en nuestra universidad, psicológica, sexual, de género, se manifiesta de mil maneras pero el resultado siempre es el mismo: deja odio y resentimiento con su paso.
Nuestra misión implica cerrarle el camino a la violencia y ser agentes de paz en cada espacio que compartimos, la paz es la oportunidad que construimos entre todos para ser verdaderamente libres.